martes, 26 de enero de 2010

Imperio Selenita




ARTEMISA*

La cazadora. Diosa de la luna y de la naturaleza salvaje. Hija de Leto y de Zeus. Cuando Artemisa era pequeña, su madre la llevó al Olimpo para que conociera a su padre y a sus parientes divinos. Zeus la sentó en su regazo y le dijo que era hermosa y que tendría todo lo que ella quisiera. Artemisa pidió un arco y flechas, sabuesos de caza, un grupo de ninfas para que la acompañara, una falda corta para correr más cómoda, las montañas, los ríos y los bosques como sus dominios particulares y castidad eterna. Junto con Atenea y Hestia, Artemisa forma parte de las diosas vírgenes, las que nunca fueron violadas ni humilladas por los hombres. Independientes y confiadas. Artemisa nació primero y ayudó a su madre a dar a luz a su hermano gemelo, Apolo. Cuando Níobe se burló de Leto porque ella tenía más hijos, mientras que Leto sólo tenía dos, Artemisa y Apolo no dudaron en vengarla. Apolo mató a los seis hijos de Níobe y Artemisa a las seis hijas. Artemisa era competitiva e implacable. Mató al cazador Acteón, cuando descubrió que éste la estaba espiando mientras se bañaba con sus ninfas. Y mató al cazador Orión, de quien estaba enamorada, debido a que su hermano, celoso, la engañó para que le disparara una flecha sin darse cuenta. Luego, Artemisa convirtió a Orión en una constelación. Artemisa acudía en ayuda de las mujeres cuando éstas estaban por ser violadas o eran ofendidas. Era la protectora de las adolescentes y de las mujeres que estaban por dar a luz.

Por su independencia, autonomía y determinación, Artemisa es el arquetipo con el que las mujeres feministas suelen identificarse: una mujer que no necesita de los hombres para sentirse valiosa, que sabe lo que quiere y que lo logra por sí misma, que compite de igual a igual con los hombres y es hermana de las mujeres, con las que se alía y a las cuales protege.

Resulta muy placentero imaginarla caminando tranquila por los bosques griegos, en compañía de sus ninfas, con sus perros y su arco, hermosa y segura, con la cabeza alta y la mirada a lo lejos.

Julieta Eme

 
Fuente: Jean Shinoda Bolen, Las diosas de cada mujer, Editorial Kairós, 1993.
Imagen: Cazadora - Obra de Mariana Volponi
*Diana en la mitología Romana

viernes, 15 de enero de 2010

Moebius



Presentamos la reseña que Ludmila Barbero escribió para la revista “Como loca Mala” sobre nuestro libro “Moebius”, y que fue publicada en el blog La Otra.



Tajo, costuras y puntadas
en Moebius*: el vuelo y la dilución de los límites


En la poesía de Vanesa Aldunate, coautora junto con Liliana Piñeiro y Lilián Cámera de Moebius, aparece una imagen del pasado “emancipado” y “haciéndose cargo del presente.” Es un ayer liberado de la potestad paterna que pasa a ocupar el lugar de padre del “hoy”. Lo “guardado en baúl de oscuras luciérnagas calladas” ejerce su influjo sobre una actualidad en la que la sangre derretida sirve para “pintar nuevamente.” (1) “El tiempo diluye” (P: 59), y el recuerdo siempre está por ser desdibujado, a pesar de la imposibilidad de desasirnos de las luciérnagas que iluminan desde nuestros baúles. Existe un deseo de volver a lo arcaico a través de un regreso a los dioses antiguos “Que recuperes los dioses y el ocaso.” y del retorno al seno de la naturaleza. La locura se insinúa como camino, en la medida en que fertiliza el material que descompone, a partir del que algo nuevo puede ser construido. La demencia, como el “coctel intoxicado” (P: 55), involucra un viaje más allá de los límites de la civilidad, un vuelo en el que los márgenes dejan de ser percibidos por aquél que lo emprende.

En Liliana Piñeiro también aparece el tema de las barreras: en ella se canta desde la grieta, a partir de aquello que pugna por salir de su encierro y cuya contención se torna cada vez más inestable: “(…) lo encerrado en el cuerpo golpea contra el borde pulido y barnizado. Lustrada educación. (…) El paisaje interior: aguas embravecidas sobre un territorio agrietado.” (P: 17). La barbarie tiene una superficie brillante, pulida, “culta” (P: 11), pero existen poros que pueden ser atravesados. La literatura también tiene sus grietas, problematizadas por la mirada indagatoria del “yo” poético: “Y agujereó el papel, para ver del otro lado.” Surge entonces la pregunta sobre los límites “¿De cuáles bordes está hecho?” Pero “La desventura de una pregunta le borra la cara”, de modo tal que el margen aparece puesto en duda: del otro lado puede pasar lo mismo que ocurre en el plano de la escritura.
La relación es ambigua: “Zurce la voz” (P: 9). La voz zurce y es zurcida. Remienda remedando aquel no reflejado más allá del papel. En el poema “escena en el tren”, que describe la contingente intimidad de dos cuerpos familiares, la “solidez” es vista como “plenitud embobada.” (P: 41). El lenguaje poético no puede ser concebido sino como discontinuidad, como “Canción desorbitada, falta de fundamentos, insensata.” En todo caso, si existe en ella un fundamento es el del intersticio. Del banquete suculento de los signos no queda nada asimilable “para las digestiones fáciles” (P: 13), nada que uno pueda delimitar sin dificultad, evitando que algo ajeno a ese sentido que hemos creído asido se cuele por las fisuras de nuestro artificio de univocidad.

En Lilián Cámera, la relectura de cuentos infantiles como “Caperucita roja” en “prenda”, y mitos clásicos en “calíope”, así como también el trabajo con materiales provenientes de la ciencia ficción, dan cuenta de una errática desde la que el pasado sirve para pensar el presente, no a partir de la emulación sino desde una diseminación que permite producir nuevos sentidos. En “nómada” se nos señala en tono apodíctico que “vacilarán los nombres de las cosas” y que “su desnudez romperá diques.” La vestimenta y el nombre marcan límites, designan y encierran. La ausencia de vestido tiene como correlato un “fiel goteo de disfraces” (P: 107), que ya no pueden dejar de mostrarnos su plural contingencia. El viaje del nómade puede en este sentido relacionarse con el vuelo de Vanesa. En “plural”, el sujeto que se desliza en la ambigüedad de un ellos-nosotros-ustedes se muestra incapaz “de asir un horizonte cuadrado”, que implicaría reconocer una unidad a la que someterse. En oposición a ella surge la pugna por “la camisa abierta a las avispas sin reina.” (P: 113), aunque se corra el riesgo de ser la “única avispa en el túnel.”

La escritura no permite coser “el tajo con mentiras” (P: 117), sino únicamente el errar “buceando en los renglones como un dedo / brutal en la vagina anónima.” (P: 119). Se construye a través de costuras y de puntadas que más que ocultar exhiben el tajo. Es a partir de él que las tres poetas escriben su Moebius, geometría de la dilución de los límites. Desde él se inscribe la pregunta: “¿bastará (…) la lengua del hijo/ que habla desde el yo intrusado?” (P: 130).


Ludmila Barbero


(*) Liliana Piñeiro, Vanesa Aldunate, Lilián Cámera, Moebius, MERIDIANA poesía.


Portada de la revista "Como loca Mala"
Septiembre 2009

viernes, 1 de enero de 2010

Cine 2010



A propósito del estreno en Buenos Aires de Rosetta, la película de Jean-Pierre y Luc Dardenne, que recomiendo especialmente y cuyo comentario se puede leer aquí, una buena manera de comenzar el 2010 es con excelente cine. A continuación, una breve reseña del film que el cineasta taiwanés Tsai Ming-liang exhibiera en el DocBsAs/09 (si lo pueden conseguir este año...no se lo pierdan!):



Madame Butterfly*



¿Cuánto tiempo lleva la dolorosa comprobación del desamor? Ésta parece ser la pregunta que sostiene a Madame Butterfly, el mediometraje que Tsai Ming-liang filmara en homenaje a la famosa ópera de Puccini. No es casual el escenario elegido: se trata de un “no lugar”, la estación de ómnibus de Kuala Lumpur, donde la transitoriedad de los vínculos acentúa la soledad. “Mi novio vendrá a buscarme”, afirma Madame en medio de la multitud, rechazando toda ayuda para regresar a su casa. Desde esa certeza, máximo pico de expectativa amorosa, se desencadena la desilusión.

Y el tiempo no es variable menor. Los minutos van esculpiendo los rasgos en el rostro de la Dama Mariposa y sólo hay que dejarlos transcurrir, hasta que la obra de la desolación esté consumada.

Del abigarrado espacio de la estación se pasa a la intimidad de una cama. Otros son los signos de la ausencia: una poética de los rastros se desliza en la pantalla. La escena queda definida desde el amante que falta, faro invisible de significación. El silencio es el único sonido del abandono, mientras la mano crispada revela la impotencia del cuerpo. El sueño pierde su batalla y los ojos se abren al recuerdo, de triste persistencia.

Nada más (y nada menos). Hay que verla. Breve, conciso lirismo para un imposible olvido.



Liliana Piñeiro.








*Publicado en el blog La Otra