viernes, 14 de mayo de 2010

HECTOR VIEL TEMPERLEY

El arma (1953)


Sé que debo advertir al lector de El arma, de que esos ejercicios no están inspirados en el amor físico, y menos aún en el de sus amantes.

Pero, aunque reconozca que el poema puede ser desviadamente interpretado, me niego a comprometer a mis 20 años – acusándolos de maltratar el referido asunto – en la impresión que causen sus imágenes y su simbolismo. No puedo hacerlo, porque a la edad en que escribí El arma, ya sabía que para mantener en secreto el sentido de un poema como éste, no hay mejor actitud que la de ser fiel a nestras sensaciones. Así , llégase al punto de humanizar las palabras, de hacerlas rodar por la sangre. O sea, de vertirlas como sangre y no como lenguaje.

Y ésa fue la técnica que , pese a sus alcances previstos, guió la construcción de El arma.



1.

Porque tu izquierdo corazón es seno

y no puño con lanza en esta tierra,

mi puño desenvaina de mi cuerpo

un arma que te escuda y que te acera.

Tendido en el comienzo de este cielo,

Ya azul para la hormiga entre la hierba,

A mi alma sin reyes y sin joyas

He puesto empuñadura y, descubierta,

La llevo como un arma de combate:

Mujer enamorada, tu en mi diestra.



2.

Mujer enamorada, tú en mi cuerpo

eres mi alma de pie, como una espada

que idéntica a su vaina adolescente

nada lo mismo el cielo que las aguas.

Espada con latiente empuñadura,

porque es de seno izquierdo sobre mi alma,

mi mano quiebra y abre este muchacho,

que es mi cuerpo y mi edad, para que salgas

tú, mujer, en defensa de ti misma;

porque mi alma eres tú, desenvainada.



3.

Mitad de amor, de sangre con un niño

que remonta a caballo sus orillas

para nacer de ti; mitad de guerra,

de cargas entre dos caballerías

o de una sola que me quiebra el cuerpo,

forjé tu vaina, que es también la mía.

Forjé tu vaina desde mi garganta

en un tirón de sol, bajo las cintas

líquidas de la piel, de hueso en hueso,

y hasta en tus propios pies, un mediodía.



4.

Yo mismo me remonto, me retrepo

como nadando ríos verticales,

asciendo desde el pie sin que mis músculos

sientan más salto que el del sol y el aire,

y alcanzo mis espaldas y mi rostro,

paso de hierba por los pectorales,

para verte de pie sobre mi frente

y para descubrir que vas, amante,

desde mi frente al cielo en una mano

a la que es imposible desarmarle.



5.

Ahora que soy de poros sobre el pasto,

y que tendido aquí en tu sombra siento

que entre la hierba el cielo es todavía

azul, como es azul arriba nuestro;

uno en el otro, todavía en tierra

pero mojados ya por todo el cielo,

el cuerpo en medio del azul, sin alas

pero entre nubes, contra el sol y el viento,

tú en mi mano, tú azul, tú por el aire,

yo te veo, mujer, y yo me veo.



6.

Desde mis pies, mis dedos, abro un río

que va de las rodillas hasta el pecho,

me desato los músculos, me parto

y por mis hombros salto, corro y muerdo.

Tiro mi cuerpo al suelo y yo me tiro

sobre mi propio cuerpo con mi cuerpo,

y, adentro mío, en un instante empuño

el arma que eres tú, el amante acero

que, ya rota su vaina, a mi me envaine

cuando muerto de amor lo lance al cielo.


Héctor Viel Temperley (1933 – 1987)
Sus libros son: Poemas con caballos (1956), El nadador (1967), Humanae Vitae mia (1969), Plaza Batallón 40(1971), Febrero 72- Febrero 73(1973), Carta de Marear (1976), Legión Extranjera (1978), Crawl (1982) y Hospital Británico (1986)

“…Los datos biográficos consignan que Viel Temperley murió de un tumor cerebral. Y su último libro de poemas, “Hospital Británico”, es algo así como un diario de la enfermedad con la cronología trastocada. Un moribundo que confiesa “Tengo la cabeza vendada. Permanezco en el pecho de la luz horas y horas. Soy feliz”, va repasando su obra anterior para encontrar lo que él llama “textos proféticos lejanos”. Son ni más ni menos que los indicios, en la escritura, de una enfermedad que se declararía muchos años después…”
Tamara Kamenszain Julio 2002


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Vanesa Aldunate