
Para Gerard de Nerval, “un puro espíritu crece bajo la corteza de las piedras”. Otros poetas (César Vallejo, quien declara la imposibilidad de hallar “una piedra en qué sentarse”, o Valentine Penrose, que escribe en su poema Perséfone: “si hay una piedra de tristeza yo estoy sentada allí”), dan cuenta de la dimensión existencial de esta sustancia, cuya dura materialidad nos sobrevive, resistiendo el paso del tiempo. Posiblemente por esta razón la piedra adquiere una característica sagrada, y se constituye como una muda representación de lo trascendente en el mundo que habitamos. Pero es el poeta griego Jorge Seferis, ganador del Premio Nobel en 1963, quien mejor describiera la íntima conexión de la pétrea materia con la poesía:
“El poeta se demora contemplando las piedras”, “Es preciso volverse como piedra cuando uno busca la compañía de la piedra”, o bien en este verso bellísimo: “Ligado a esta roca que se hizo mía por el dolor…”
Seferis, cuyo verdadero nombre es Jorge Seferiades, nació en Esmirna y cursó sus estudios secundarios en Atenas. En 1924, se doctoró en Derecho en París, dedicándose posteriormente a la carrera diplomática, lo cual lo llevó a viajar por distintos lugares: Alejandría, Pretoria, El Cairo, Istambul (Constantinopla), Londres, Nueva York, llegando inclusive a desempeñarse como embajador en El Líbano, Siria, Jordania e Irak.
El conocimiento de las distintas culturas, unido a su formación helénica, dió lugar a una obra que condensa distintas influencias: desde su inicial adhesión al demoticismo (movimiento ateniense que reivindica la lengua hablada frente al purismo de la “lengua literaria”), la poesía moderna francesa (Baudelaire, Valery), hasta los poetas anglosajones, como T.S. Eliot y Ezra Pound.
Henry Miller, con quien Seferis se encuentra antes de la Segunda Guerra Mundial, dice de su escritura poética:
“Sus poemas se parecían cada vez más a joyas, haciéndose cada vez más compactos, más densos, centelleantes y reveladores. Su natural flexibilidad respondía a las leyes cósmicas de la curvatura y de la finitud. Había dejado de saltar en todas las direcciones; sus versos imitaban ya el movimiento circundante del abrazo”.
Su obra incluye la publicación de varios libros de poesía (Estrofa, Cisterna, Mythistorima (Mitología), Gymnopedia, Cuaderno de ejercicios, Diario de a bordo (I,II,III), El Zorzal, Poiemata), y textos en prosa (Diálogo sobre la Poesía, Para los viajeros del “Sea Adventure”, Erotokritos, Ensayos, Tres días en las iglesias rupestres de Cappadoce, Nuestro idioma y la misión del poeta). Tradujo al griego a Paul Valery, T. S. Eliot, Henri Michaux, Paul Eluard, entre otros.
Las aguas griegas golpeando contra el silencio de las piedras, el mármol de las estatuas, una mitología que expresa los rincones del alma humana esquivos a la palabra: Seferis construye su poética a partir de esos elementos. En Mitología, el horror y la tragedia de la postguerra se expresan a través de la referencia a la obra de Esquilo, Las Coéforas:
Desperté con esta cabeza marmórea entre las manos,
que me vence los codos, y no sé dónde apoyarla.
La cabeza caía en el sueño en cuanto yo salía del sueño:
así se juntaron nuestras vidas, que resultaría muy arduo,ahora, disociar.
Observo los ojos: ni abiertos ni cerrados.
Hablo a la boca que intenta sin tregua expresarse,
levanto los pómulos que ya han horadado la piel
y no aguanto más.
Mis manos se pierden y vuelven a mí,
mutiladas.
En el poema Los argonautas, la sabiduría parece densificarse en estos versos:
Y un alma,
cuando se la quiere conocer,
es en otra alma
donde es preciso mirarla.
El enemigo y el extranjero
en el espejo los hemos visto.
Lacónica, esta obra busca la simplicidad como un don. Seferis define así su ars poética:
Es tiempo ya de decir las pocas palabras
que debemos decir: mañana nuestra alma deplegará sus velas.
Liliana Piñeiro