
-Es la hora de la siesta- dijo la madre.
Las palabras sonaban como cajas chinas. La niña sabía que esa frase encerraba otras: una a una se desplegaban, cuadriculando el espacio cada vez más pequeño.
-No hagas ruido
-No te muevas
-No molestes
Sin boca, sin piernas. La niña se recostó sobre la cama y miró el techo. La grieta cruzaba de un lado a otro el rectángulo y una tela de araña se agitaba con el viento que entraba por la ventana entreabierta. Algo se movía por fin en la tarde inmóvil y su corazón parecía, desde entonces, más liviano.
En esa misma cama, días atrás, la abuela dormía junto a ella. Era un sueño extraño. La niña sintió escalofríos y buscó el pecho de la anciana para calentarse. Pero la piel estaba más fría que el aire y ella gritó…
Párpado a párpado, la lucha fue inútil. Tan dormida, tan quieta… La abuela nunca había jugado antes ese juego, y ella no sabía las reglas.
Desde ese momento todo fue confuso: el llanto grande, la sábana brutal.
Bajo un sol silencioso, un surco se abrió paso en el cuerpo pequeño. Ya no cerraría. Por el camino de la desdicha, la niña fue arrojada bruscamente a lo definitivo.
Liliana Piñeiro
Las palabras sonaban como cajas chinas. La niña sabía que esa frase encerraba otras: una a una se desplegaban, cuadriculando el espacio cada vez más pequeño.
-No hagas ruido
-No te muevas
-No molestes
Sin boca, sin piernas. La niña se recostó sobre la cama y miró el techo. La grieta cruzaba de un lado a otro el rectángulo y una tela de araña se agitaba con el viento que entraba por la ventana entreabierta. Algo se movía por fin en la tarde inmóvil y su corazón parecía, desde entonces, más liviano.
En esa misma cama, días atrás, la abuela dormía junto a ella. Era un sueño extraño. La niña sintió escalofríos y buscó el pecho de la anciana para calentarse. Pero la piel estaba más fría que el aire y ella gritó…
Párpado a párpado, la lucha fue inútil. Tan dormida, tan quieta… La abuela nunca había jugado antes ese juego, y ella no sabía las reglas.
Desde ese momento todo fue confuso: el llanto grande, la sábana brutal.
Bajo un sol silencioso, un surco se abrió paso en el cuerpo pequeño. Ya no cerraría. Por el camino de la desdicha, la niña fue arrojada bruscamente a lo definitivo.
Liliana Piñeiro