Suavemente, la niña apoyó su cabeza en el hombro de la madre. El movimiento del tren agitaba los asientos en un vaivén adormecedor. Sentadas una junto a la otra, enlazadas por la intimidad de los cuerpos, el conjunto era compacto. Una plenitud embobada.
Frente a ellas, un adolescente las miraba con rencor. Su odio no era suficiente para hacer una hendidura en aquella solidez. Madre y hermana compartían la mirada que se perdía más allá, atravesándolo sin verlo. Expulsado del paraíso, le tocaba a él llevar el estandarte del padre. Preservar su furor era necesario. La libertad, pura ganancia.
A su alrededor, la gente aprisionada recortaba la escena. La familia libraba su batalla y aún no había vencedores, ni vencidos.
Por la ventanilla aparecieron las primeras casas en el horizonte. Se avecinaba el próximo pueblo, la estación.
-Vamos- dijo la madre. La mujer y la niña se levantaron en un único movimiento. Ninguna desarmonía en la mutua servidumbre.
El adolescente no se movió. Ellas bajaron. La madre miró hacia atrás, esperando, mientras las puertas se cerraban y el tren comenzaba a moverse. Por primera vez, el hijo dolía en las facciones inmutables de aquella mujer.
Estirando las piernas el muchacho se acomodó en su asiento, mientras algo parecido a una sonrisa asomaba lentamente en su cara infantil.
Frente a ellas, un adolescente las miraba con rencor. Su odio no era suficiente para hacer una hendidura en aquella solidez. Madre y hermana compartían la mirada que se perdía más allá, atravesándolo sin verlo. Expulsado del paraíso, le tocaba a él llevar el estandarte del padre. Preservar su furor era necesario. La libertad, pura ganancia.
A su alrededor, la gente aprisionada recortaba la escena. La familia libraba su batalla y aún no había vencedores, ni vencidos.
Por la ventanilla aparecieron las primeras casas en el horizonte. Se avecinaba el próximo pueblo, la estación.
-Vamos- dijo la madre. La mujer y la niña se levantaron en un único movimiento. Ninguna desarmonía en la mutua servidumbre.
El adolescente no se movió. Ellas bajaron. La madre miró hacia atrás, esperando, mientras las puertas se cerraban y el tren comenzaba a moverse. Por primera vez, el hijo dolía en las facciones inmutables de aquella mujer.
Estirando las piernas el muchacho se acomodó en su asiento, mientras algo parecido a una sonrisa asomaba lentamente en su cara infantil.
Liliana Piñeiro.
12 comentarios:
las batallas, liliana. ciclos que se renuevan. los gregorios y las gretes. creencias que derrocar.
las capas del texto.
un verdadero regocijo.
Entre lo gregario y las grietas...(interpreté bien sus palabras?)
Ud hace una sutil arqueología.
Gracias, Sibila.
Liliana.
por supuesto, liliana. ambos nombres cargan con el mismo prefijo. 'gregorio' como el nombre de la gente de servicio de la época. sema. semåntica. hermanos que se alternan para cumplir con el mandato.
Con la presición en las imágenes esa caracteristica que se cuela hasta en el vaivén medido de éste cuento. Bellísimo y triste al mismo tiempo.
Gracias por el viaje Liliana.
Adara
qué maravilla de cuento, triste y (aunque el tema es universal)profundamente latinoamericano
realmente un deleite
"Por primera vez, el hijo dolía en las facciones inmutables de aquella mujer"
Un pincel privilegiado sobre escenas que bajo una aparente calma
ebullen ¿implosionan?
Muy bueno
El Levitador
Y si, Adara, este viaje tiene un vaivén...familiar.Todos hemos viajado en ese tren, Ud. sabe...
Liliana.
Gracias por su comentario, Gata Insomne.Ha percibido lo universal de esa batalla, jugada en una anécdota menor...
Me daré una vuelta por su blog.
Saludos
Liliana.
Levitador: Los hijos duelen en el rostro, muchas veces...Vallejo da cuenta de eso en sus poema "el buen sentido"
Liliana
Entre las contradicciones y la impensable discreción intrascendental sólo queda al perenne mortal luchar mientras las ruedas corren sobre las vías y la madre le despide al horizonte. Gran texto.
Alucard: El ruido de los trenes pone en sordina ciertas batallas... Pero éstas no dejan de librarse, sin duda.
Gracias por su comentario.
Liliana.
Lo sé Liliana y con creces, los hijos duelen en el lugar que menos se piensa. Dan a la vida el mayor de los sentidos pero llagan simplemente con su crecimiento y desde allí... imáginese Usted.
Saludos fraternos.
Adara
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