viernes, 20 de agosto de 2010

LOS CABALLOS DE AQUILES


Cuando vieron muerto a Patroclo,
que era tan viril, y fuerte, y joven,
los caballos de Aquiles comenzaron a llorar:
su naturaleza inmortal se indignó
al contemplar esa obra de la muerte.
Sacudían sus cabezas y agitaban sus largas crines,
golpeaban la tierra con los cascos, y lloraban
viendo a Patroclo exánime –aniquilado-
ahora una carne abyecta –su espíritu desvanecido-
indefenso –sin aliento-
devuelto desde la vida a la gran Nada.

Vio Zeus las lágrimas de los caballos
inmortales y se entristeció. “En las bodas de Peleo
-dijo- no debí cometer tal desatino;
¡mejor hubiera sido no haberos entregado, desdichados
caballos míos! Que podíais hacer allá abajo,
entre la mísera humanidad juguete del destino.
A vosotros, exentos de muerte y vejez,
os atormentan efímeras desgracias. En sus aflicciones
os han enredado los hombres.” –Pero
los nobles animales seguían llorando
por la calamidad eterna de la muerte.

C.Kavafis (ver biografía)


Patroclo


Cuando Aquiles se retiró del campo de batalla, enfadado con Agamenón, al único que aceptaba a su lado era a su amigo Patroclo. Como la lucha se estaba tornando difícil, Patroclo le rogó que depusiera su actitud y volviera a pelear. Con sólo ver su armadura los troyanos se llenarían de temor. Si bien Aquiles no se dejó convencer, sí permitió que Patroclo vistiese su armadura, para que los troyanos creyeran que enfrentaban a Aquiles.
Con la armadura de Aquiles, Patroclo lanzó su carro contra los troyanos, quienes al verlo huyeron a toda velocidad para refugiarse tras las murallas de la ciudad. Sin embargo, al llegar a las puertas de la ciudad, Héctor detuvo el carro y enfrentó a Patroclo. Héctor mató con su lanza a Patroclo y llevó la armadura de Aquiles a Troya.
Homero relata el imponente funeral de Patroclo, quien fue incinerado en una hoguera colosal junto a sus caballos y sus perros.


Vanesa Aldunate

miércoles, 4 de agosto de 2010

cámara profana






Ya no sé si esta lengua es una madre

Desde el desamparo frente a la palabra, no exento de decepción, escribe Daniel Martucci* en Cámara profana (Último Reino, Bs. As., 2006), texto compuesto por tres partes: Fuga, Cámara profana y El sujeto embarrado.

I

En Fuga, el poeta se arroja a esta maraña de papeles arenosos / estas vidas imaginarias, espejismos / que se agitan en poemas hasta la infinitud/. Es que sólo se trata de escribir hasta que este universo se deshaga en silencio.
Pero algo desencanta de la lengua, que “no pertenece”, diría Derrida : en un mundo garabateado por manos tan ajenas, el acto creativo (y el yo mismo), se reducen a un mero azar, una combinatoria, una jugada, simples variaciones de letras donde lo propio es apenas una ilusión.

El otro que soy y que no soy
Ha venido a dar en esta sombra.
Un llanto trabajoso y falso me arde en los ojos
Estás ahí Prometeo, hermano mío?
Qué fuego hipócrita has encendido?

Como último recurso, se logra una secreta serenidad en regresar a los lugares del sueño, donde la vida sucede con mayor intensidad.

II

Las preguntas en clave amorosa nos abren a la Cámara profana, donde se escucha entre el quejido de plumas y deseo / un suave ronroneo de dioses

dónde estarás Amiga
en qué insensato recodo del ensueño
enredas tu aromada cabellera?

Cuando la trama gira, la rueda es bufa, y el verbo es incesante para nombrar la añoranza:

ciudad que desvaneces en la bruma
en qué lugar está la que yo amara?

La pérdida se instala hasta el vacío, duele tanto el amor como el espanto, y hay que resistir el gesto, soportar la disonancia. Es la hora en que las preguntas dejan / al enigma en paz.

III


hay una sola tristeza y es infinita

Dada esta comprobación, el poeta cambia el tono de su palabra a partir del epígrafe de Mario Trejo: El mejor modo de esperar es ir al encuentro. Pero este encuentro no es ir tras los guiños del objeto, sino el que sucede en un punto de lo desconocido. Así se sigue la huella barrosa del deseo, a sabiendas de que la más bella imagen / guarda en su remiendo / un filo de caos.
Finalmente hay un lugar donde decanta la lucidez de los vencidos, tan cara a Álvaro de Campos. Aún frente al terror invisible del acierto el cuerpo de la flecha se dispara, y entonces:

Cuando salga, a ciegas
creyendo que hay un blanco, un acertijo, un vértigo
iluso
sin saber que no hay saber
que el blanco se dibuja en el aire
en pleno vuelo
aquello que empezó siendo una cosa
será otra


Liliana Piñeiro.


* Daniel Martucci nació en Buenos Aires en 1957. Su primer poemario es Peste Bufónica (Último Reino, 1991). Se han estrenado sus obras para teatro El alma del murgón (en colaboración con Paco Redondo), La virgen loca y Fixionauta. Formó parte de las revistas Pie de Página, La bizca y Trucha, y ha colaborado en Crisis y Último Reino, entre otras. Creó Extrabrut, el suplemento literario de mabuse.com.ar. En colaboración con Nacho Garassino, ha escrito el guión El túnel de los huesos.
Algunos de los poemas que integran Cámara Profana han sido publicados en Música rara y Apofántica.