martes, 29 de diciembre de 2009

Final de año


Ni el pormenor simbólico
de reemplazar un tres por un dos
ni esa metáfora baldía
que convoca un lapso que muere y otro que surge
ni el cumplimiento de un proceso astronómico
aturden y socavan
la altiplanicie de esta noche
y nos obligan a esperar
las doce irreparables campanadas.
La causa verdadera
es la sospecha general y borrosa
del enigma del Tiempo;
es el asombro ante el milagro
de que a despecho de infinitos azares,
de que a despecho de que somos
las gotas del río de Heráclito,
perdure algo en nosotros:
inmóvil.


Jorge Luis Borges
, Fervor de Buenos Aires, Obras Completas, Emecé Editores, Bs. As., 1974.

jueves, 17 de diciembre de 2009

NOCHE OSCURA



Este trabajo propone una mirada entre San Juan de la Cruz (1542 – 1591) y María Julia De Ruschi (1951) en sus poemas Noche Oscura. Trazo una serie de ejes que son comunes a ambos autores, literales o aludidos, y se realiza un análisis de cada uno de ellos a partir de la lectura de Palimpsestos de Gerard Genette que define intertextualidad como una relación de co-presencia entre dos o más textos, es decir, como la presencia de un texto en otro con referencia explícita o no. Los poemas se encuentran separados por estrofas para la mejor interpretación del análisis.



Asimismo, presentamos una serie de aclaraciones para comprender la simbología que
San Juan despliega a partir de El Cantar de los Cantares del Antiguo Testamento, a saber:
(Estrofa 6) los cedros símbolo lo eterno
(E.7) el aire de la almena símbolo del soplo del espíritu santo
(E.8) las azucenas símbolo de la pureza


Los ejes, por otra parte, son:

La luz
Los gritos
La asfixia
Los latidos
La “Noche Oscura”


En San Juan de la Cruz la luz es la guía (E. 3) que reside en el corazón, lo lleva en la noche oscura e incierta, hacia el encuentro, hacia el lugar preciso donde él espera.
En (E. 7) sugiere la representación de un grito, ahogado en la caricia del amado, tan potente que quita la posibilidad del sonido dejándolo en suspenso, llegando así al comienzo del éxtasis.
La asfixia se manifiesta (E. 7) en la interrupción de todos los sentidos al alcanzar el éxtasis. Se deja olvidar y se reclina sobre su amado. Es un hecho excepcional y feliz.
Los latidos son aludidos (E. 3) en el corazón ardía y (E. 6) el pecho florido como muestra de la aceleración, de la inflamación que siente mientras busca al amado para el cual está totalmente reservado.
La “Noche Oscura” simboliza lo desconocido e incierto, entonces San Juan se lanza a la búsqueda. Después se transforma (E. 3) en la Noche Feliz ya que junta a los amados y hacia el final en la Noche Amada (E. 5) que permite la unión y la entrega. Evoca los meses de prisión en la celda deseando su unión con la luz divina.

Por su parte, en María Julia De Ruschi la luz reside en la ilusión, (E. 4 final) también es la dicha, la guía, pero a diferencia de San Juan no la encuentra. A cambio encuentra la espalda (E. 5) que afrenta la esperanza, hermana de la luz.
El grito (E. 4) también es ahogado, y a la vez paralizado, ciego y se multiplica al sublevarse. Se transforma en eco de todo lo que escucha y siente, se magnifica para culminar en la espera de una ilusión.
El grito muere en la esperanza eterna golpeado contra la garganta.
La asfixia (E.3) es el recuerdo de una promesa y un perdón, escena que se repite. No es una sensación de felicidad sino el reconocimiento de su propio error, aquel que coarta hasta su voluntad por medio del silencio de la amenaza (E.2) y la imposibilidad que genera.
Los latidos (E.6) son el estremecimiento, el espanto que todo lo turba y oscurece.
La “Noche Oscura” representa el miedo, el silencio, el horror que tiñe todo (E. 6) la paralización y el abandono de la voluntad.

En ambos autores, hacia el final de los poemas hay un acercamiento a la muerte al que se llega desde un lugar erótico. Por un lado, San Juan se entrega totalmente (E. 8) y se deja olvidado en la pureza, reclinándose sobre el amado en la suspensión de todos los sentidos; se sacrifica en su erotismo. A partir del momento en que San Juan se encuentra privado de la libertad y sometido a maltratos se produce el abandono total del cuerpo (es por ello que puede soportar las vejaciones) se desprende de todo lo material colocándose así en un estado de soberanía. San Juan se encuentra en la oscuridad de la celda pero en un estado de iluminación que le permite el ascenso del espíritu. Por el otro, De Ruschi hace una revisión de aquellos aspectos que todavía ama (E. 6) la boca, los ojos hasta que descubre el espanto y la diferencia entre la vida y la muerte, pero no las logra separar, anulando y aniquilando de ésta manera su voluntad, lo cual equivale también a su sacrificio. Se encuentra en una oscuridad interna, que no le permite la redención. Entonces invierte el sentido de Noche Oscura que en San Juan sufre transformación

Cerremos entonces esta micro-lectura con un pasaje de Bataille El Erotismo (capítulo IX “La plétora sexual y la muerte”) a modo de iluminación sobre la experiencia “mística” que también se produce en la lectura:
“La actividad erótica no siempre posee abiertamente el aspecto nefasto, pero profundamente, ella es lo que impulsa al placer. Lo mismo que, cuando nos percatamos de la muerte, nos quita el aliento, de alguna manera, en el momento supremo, debe cortarnos la respiración.
El ser en verdad se divide, su unidad se quiebra, ya desde el primer instante de la crisis sexual. En ese momento la vida pletórica de la carne topa con la resistencia del espíritu. Ni el acuerdo aparente basta; la convulsión de la carne, mas allá de consentimiento, exige silencio, pide la ausencia del espíritu. El impulso carnal es singularmente extraño a la vida humana; se desencadena fuera de ella, con la condición de que calle, con la condición de que se ausente. La teología cristiana, en efecto, asimila la ruina moral consecutiva al pecado de la carne con la muerte.
Hay casos donde, sin la evidencia de una transgresión, ya no experimentamos ese sentimiento de libertad que exige la plenitud del goce sexual. De tal manera que, a veces, al espíritu hastiado le es necesaria una sensación escabrosa para acceder al reflejo del goce final. “El erotismo deja entrever el reverso de una fachada cuya apariencia correcta nunca es desmentida; en ese reverso se revelan sentimientos, partes del cuerpo y maneras de ser que comúnmente nos dan vergüenza”

©Vanesa Aldunate

sábado, 5 de diciembre de 2009

LUNA NUEVA


Si hacía falta algo más para corroborar que estamos perdidos, aquí tenemos un nuevo estreno de la saga vampírica de Stephenie Meyer: Luna Nueva, por cierto con desborde de espectadores y grititos (de chicas y chicos).

Uno que ha gastado pestañas leyendo y viendo lo mejor del género, asiste con impotencia a un fenómeno que sólo puede explicarse, más allá del marketing, por la búsqueda de sensaciones emparentadas con la trivialidad, invirtiendo Arendt, el mal de la banalidad no sería ajeno a los hechos, la fijación de los valores del conservadurismo y la corrección política tampoco.

Qué podemos esperar de cuatro librotes, de entre 500 y 600 páginas devorados por aquellos que usualmente no leen ni los diarios? (tal vez una forma de entrar a la lectura de otros autores?) Qué clase de situación nos plantean estos vampiros abstemios, de corazón blando, que quieren casarse y formar una familia? Cómo tomaremos el hecho de su conversión a un estilo de vida burgués, con casa fija, escuela, automóvil, deseos de integrarse a la humanidad y de ayudarla contra los malvados de siempre? Podremos tragar saliva y ver que otro mito, el del hombre lobo, coadyuva y se fusiona para brindar un escenario donde las criaturas salvajes y peludas se enternecen y deambulan para proteger los límites de un deber ser?
Asistimos a una especie de subversión del mito con vistas a romper cristalizaciones de siglos? Ay! Si así fuera no estaría yo en conflicto, pero que justamente sean ellos, vampiros y hombres lobos, los que bajen línea para imponer las buenas costumbres, el decoro, el matrimonio y el horror a las relaciones sexuales pre – libreta, es algo difícil de comprender.

Para entender, la saga (que leí entera) escrita por Meyer, con un lenguaje mucho más básico que el de JK RowlingHarry Potter (lo que ya es mucho decir) relata la historia de los Cullen, vampiros que viven en Forks, un pueblito de Washington aquejado por lluvias y cielos nublados.
Hasta allí llegará para vivir con su padre, Bella Swan, que al ver en la secundaria a estos seres pálidos y hermosos quedará rápidamente fascinada. La perlita son los Cullen: Edward, Emmett, Jasper, Alice y Rosalie fueron adoptados por el doctor Carlisle Cullen y su esposa, Esme y no le hincan el diente a nadie, como buenos vecinos.
Optan por dedicarse a los ciervos y otras especies para saciar su sed de sangre, tratan de hacer su tarea en la escuela y en el caso del Dr. Cullen, de brindar asistencia médica cordial a los seres humanos.

Con las mismas características del folletín (esto no es por sí objetable) asistiremos al romance entre Edward y Bella, con el tercero en discordia: Jacob, amigo de la infancia, integrante de la tribu de los Quilaute y para más datos, con cierta tendencia a desaparecer las noches de luna llena. En esta segunda película, Edward se va con su familia para salvaguardar a Bella, quien deprimida y solitaria, al borde del suicidio, se ampara en el torso desnudo y vigoroso de Jacob.

Hasta aquí podría ser Inframundo, la saga sobre la eterna lucha entre Vampiros y Hombres Lobos, sólo que (dejando de lado su calidad como películas) Kate Beckinsale y compañía, nos muestran seres muchos más oscuros y atormentados, aún en la posibilidad de amarse, las cosas terminan muy mal y la crueldad está a disposición de todos los personajes: máquinas de matar merodeando en la noche citadina. Todos están dispuestos a sucumbir a sus ansias y ninguno tiene el prurito de hacer con el prójimo la fuente de alimentos perfecta.

En ambas sobran los lomazos, motivo de los gritos en la platea, en ambas una historia de amor se muestra con serias dificultades, pero cuando la Beckinsale se transa al híbrido Michael, no le pide anillo de compromiso ni planea una fiesta de esponsales.

Lo que quiero decir es que Crepúsculo y Luna Nueva me remiten a las novelas que se leían en una época con delectación: las de Corín Tellado, dónde además de los músculos y la virilidad perfecta del novio/pretendiente/ candidato, asistíamos a los cortes magistrales entre capítulo y capítulo en las escenas más “hot”: justo cuando se estaba por concretar el “acto de amor” (así se llamaba) la pareja sufría interrupciones y vicisitudes de todo tipo. Hasta el casamiento…

Es lo que sucede en Luna Nueva, de besitos no pasamos y en el caso de Bella – Jacob, ni eso, acercamientos, jadeos y otras yerbas, no llegan más allá gracias a teléfonos y padres inoportunos.
Los adolescentes no beben, no son azotados por la lujuria ni reciben el castigo ejemplificador de un Jason que los rebana por sus desnudeces, no forman bandas dedicadas a destruir la propiedad privada, ni se arrodillan ante el dealer ni asisten a raves frenéticos. No deambulan perdidos en busca de un éxtasis liberador ni cargan pancartas defendiendo al movimiento LGTB.

Será esto lo que fascina a un público alejado o aparentemente alejado en lo real de una impronta romántica y demodé? La vuelta a los valores de la abuelita? Y por favor, entiéndase el término romántico como un sinónimo de meloso y sentimental, nada que lo ligue al movimiento del Romanticismo en la poesía (Novalis, Keats, Günderrode) Ellos tenían a la noche por patria y al exilio como horizonte, deambulaban por los cementerios bajo la luna llamando a la amada muerta, morían muy jóvenes y no calzaban en las instituciones como un guante.
Por algo María Negroni en Museo Negro dijo (comparando a poetas y vampiros):”Los dos atacan al burgués que hace de las cuatro paredes de su hogar, la empalagosa guarida de sus miedos. Ambos están sedientos de crueldad”…o "se veían a sí mismos como seres marginales, es decir videntes, fascinados por la destrucción y la muerte”. Fidelidad a una extranjería y a una desterritorialización que poco tiene que ver con bodas y finales felices.

En Luna Nueva todo es una inmensa explosión de luz, hasta en la piel de los vampiros que brilla como un diamante. Bajo esa luz por la que nunca deambularon ni Lestat (icono queer) ni Louis (el más humano de los vampiros) ni Armand (la belleza del efebo como máscara del asesino) en las sagas de Anne Rice, se consuma el rito de pasaje de la adolescencia a la adultez, anclada en los valores más tradicionales.

Por suerte para quienes preferimos el topos desolado, se estrenó el jueves Criaturas de la Noche (Let the right one in) una bellísima e inusual película sobre el género, de la que tuve el gusto de escribir en la Revista La Otra Nº 22, pero esa es OTRA historia…


Lilián Cámera