
Si el afecto tiene movimiento, la desesperación es veloz. Y a esa velocidad corre Rosetta, la protagonista adolescente de la película que los realizadores belgas Jean Pierre y Luc Dardenne filmaron en 1999 y con la cual ganaron su primer Palma de Oro en el Festival de Cannes.
Consustanciadas cámara y protagonista, la urgencia tiñe la huída. ¿De qué se huye? De la miseria y el hambre, del horror de una madre alcohólica que desampara y cuyo peso agobia los jóvenes brazos. Ausente de la mirada primordial, Rosetta se desdobla: dibuja su identidad con la propia palabra, tratando de hacer pie. La adolescente es empujada a buscar algo: un trabajo, algún tipo de reconocimiento que la salve de la desintegración. Pero no hay adónde ir, y si lo hay, ella todavía no aprendió a descubrirlo. Hace propia la hostilidad del mundo y sólo le queda arrancar a la vida lo que ésta no da. Y rápido, bien rápido.
La película logra el tono pulsátil de la necesidad: ésa es su carrera. El anclaje de la relación con un otro resulta precario: no se lo deja morir, pero se desea su desaparición, y en este deseo mortífero queda comprometida la propia existencia. Sobrevivir se juega en un límite impreciso, donde cabe la traición...¿cabrá el arrepentimiento?
Pero la condición humana no carece de horizonte y el final llega en el momento justo en el que éste se perfila. Rosetta detiene sus ojos desesperados en otra mirada: algo se aquieta, por fin, y la cámara se apaga para sostener ese momento.
Consustanciadas cámara y protagonista, la urgencia tiñe la huída. ¿De qué se huye? De la miseria y el hambre, del horror de una madre alcohólica que desampara y cuyo peso agobia los jóvenes brazos. Ausente de la mirada primordial, Rosetta se desdobla: dibuja su identidad con la propia palabra, tratando de hacer pie. La adolescente es empujada a buscar algo: un trabajo, algún tipo de reconocimiento que la salve de la desintegración. Pero no hay adónde ir, y si lo hay, ella todavía no aprendió a descubrirlo. Hace propia la hostilidad del mundo y sólo le queda arrancar a la vida lo que ésta no da. Y rápido, bien rápido.
La película logra el tono pulsátil de la necesidad: ésa es su carrera. El anclaje de la relación con un otro resulta precario: no se lo deja morir, pero se desea su desaparición, y en este deseo mortífero queda comprometida la propia existencia. Sobrevivir se juega en un límite impreciso, donde cabe la traición...¿cabrá el arrepentimiento?
Pero la condición humana no carece de horizonte y el final llega en el momento justo en el que éste se perfila. Rosetta detiene sus ojos desesperados en otra mirada: algo se aquieta, por fin, y la cámara se apaga para sostener ese momento.
Liliana Piñeiro
* Publicado en el blog La Otra
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