
Lo hermoso de la oscuridad
es cómo te permite ver.
Adrienne Rich.
Aprovechando los matices del blanco y negro, Gus Van Sant hace una película ensombrecida. La luz es escasa para los adolescentes mexicanos que cruzan la frontera estadounidense, empujados por la miseria y golpeando las puertas de un Imperio cuya crueldad los arroja siempre al margen. Bellos y desamparados, esos jóvenes recién salidos de la infancia y a medio camino del juego, deben aprender a sobrevivir escondidos, sin ninguna inscripción legal que los asista. Para siempre extranjeros, coagulan en esa identidad. Día a día, una sociedad hostil los arrodilla. La lección es violenta, y será aprendida sin más: nada les será ofrecido, todo deberá ser arrebatado en los mismos términos.
Pero aunque su brillo es tenue, algo se esparce en esa oscuridad desesperada. Una mirada amorosa envuelve a los parias: el deseo les da su lugar. Y los cuerpos son filmados desnudos y urgentes: piel contra piel, el sudor se mezcla...
Y sin embargo, sombrío es su destino como triste es la pasión que los pretende: en esos jóvenes todo debe ser rápido, los autos son demasiado veloces y nada sobra. Entre la vida y la muerte, ya se sabe quién ganará esa carrera.
Pero Gus Van Sant pone a jugar ficción y realidad en un lugar impensado. El color nos asalta cuando la película termina, y los actores juegan para la cámara en una ficción que se subraya. La metáfora es doliente: la realidad, ominosa y oscura, parece haber quedado de este lado. Irremediablemente adentro de esta mala noche.
Liliana Piñeiro.
En
Meridiana Bis, el comentario de
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