Qué me espera vivir, si ya no he de ver los pájaros volando por el cielo, ni deseo larga vida
a las flores
Pero ¡ay! quisiera saber aún cómo duermes.
Ricardo Molinari.
Sorprendido estoy aquí, esta mañana veloz, esperando que la sangre siga dando color a mis mejillas antes de que acabe el día. Pero ella huye de mí, violentando a borbotones el agua limpia, como el odio violenta nuestro paso cuando el camino se hace angosto de ilusiones.
Yo, Agamenón, rey de los aqueos, tuve ayer un sueño. Los dioses avisan siempre cuando dormimos, pero yo, vencedor de grandes batallas, reí al despertarme. ¿Una mujer, la enemiga invencible? ¿La única que, en su atrevimiento, hará el orificio definitivo? ¿La que levantará contra mí el filo cortante de la desdicha cuando su amor se doble y gire desesperado?
Y sin embargo recién, en la intimidad de esta sombra que da mi palacio, he vuelto a ver la misma cara enloquecida que perturbó mi sueño. Era mi esposa, a la que hoy, después de diez años, he mirado. La vejez escribe su rostro con acritud, y eso me ha provocado repulsión...
¡Ah, Clitemnestra, tu rencor me ha traspasado más que tu cuchillo...! En la guerra, matar o morir tienen la medida de la gloria, pero...¿a quién se mata en un crimen?
¡Si sólo pudiera acariciar a mi Cassandra otra vez! Rodearla con mis brazos, mientras sus ojos huérfanos y tristes se quedan afuera de mí, y su piel se da sin ofrecerse...¡Ni Apolo pudo arrodillar su corazón...!
Niña oscura y adivina, extranjera en tu cuerpo, resguardada en tu lengua: ¿sabías este final? Si tu don es tu condena, ¿callaste acaso, dejando que se cumpliera la venganza, la misma que tu pueblo, vencido, me tenía reservada?
Ya no lo sabré. Mi día se acaba aquí, sin completar su ciclo. El sol de esta mañana frena mis conquistas más que cien ejércitos. La sangre me abandona, implacable, dejando un manojo de venas inútiles, y mi cuerpo comienza a estar quieto.
Liliana Piñeiro