domingo, 17 de abril de 2011

Dialogando con Clarice Lispector *


Este libro es como cualquier libro. Pero me sentiría contenta si lo leyesen únicamente personas de alma ya formada. Aquellas que saben que el acercamiento, a lo que quiera que sea, se hace de modo gradual y penoso, atravesando incluso lo contrario de aquello a lo que uno se aproxima. (La pasión según G. H.)

Clarice: tus frases se deslizan inevitables, como si alguien te llevara de la mano suavemente hacia esos lugares prohibidos que no se pueden tocar. Palpando en la oscuridad el recorrido es trabajoso, porque el mundo se resiste siempre pero está tan cerca y solamente tenemos las palabras para acariciarlo.

Su carne blanca estaba dulce como la de una langosta, las piernas de una langosta viva moviéndose lentamente en el aire. Y aquella pequeña maldad de quien tiene un cuerpo.
(“Devaneo y embriaguez de una muchacha” en Lazos de Familia)

Clave de tu foto, ejercicio de seducción. Los ojos desprecian levemente y tus labios se ofrecen, para rehusarse. Pequeña maldad de la belleza, cuando sabe de sí.

Ésta es una confesión de amor: amo la lengua portuguesa. (…) La lengua portuguesa es un verdadero desafío para quien escribe. Sobre todo para quien escribe quitando de las cosas y las personas la primera capa de superficialidad. (“Declaración de amor” en Revelación de un mundo)

Su nombre era Eremita. Tenía diecinueve años. Rostro confiado, algunos granitos. ¿En qué consistía su belleza? Había belleza en ese cuerpo que no era ni feo ni bonito, en ese rostro donde una dulzura ansiosa de mayores dulzuras era la señal de la vida.
Belleza, no sé. Posiblemente no la tenía, aunque los rasgos indecisos atrajesen como atrae el agua. Había, sí, sustancia viva, uñas, carnes, dientes, mezcla de resistencias y flaquezas, que constituían una vaga presencia que se concretaba sin embargo de inmediato en una cabeza interrogativa y ya servicial, apenas se pronunciaba un nombre: Eremita. Los ojos castaños eran intraducibles, sin correspondencia con el conjunto del rostro. Tan independientes como si estuvieran plantados en la carne de un brazo, y desde allí nos mirasen – abiertos, húmedos. Toda ella era de una dulzura cercana a las lágrimas. (“Como una corza” en  Revelación de un mundo)

Para arrancar un rostro de esa masa de signos que es el lenguaje, hay que saber esculpir.
Y ésa es una de tus virtudes: hacer sustancia viva de una materia inerte, rescatar de la ausencia como de una muerte. Resucitar es, al fin, el mayor de los milagros.

Estoy tan asustada que sólo podré aceptar que me he perdido si imagino que alguien me tiende la mano.

Dar la mano a alguien ha sido siempre lo que esperé de la alegría. Muchas veces, antes de dormirme – en esa pequeña lucha por no perder la conciencia y entrar en un mundo más vasto - , muchas veces, antes de tener el valor de embarcarme para el gran viaje del sueño, finjo que alguien me tiende la mano y entonces avanzo, avanzo hacia la enorme ausencia de forma que es el sueño. E incluso cuando, así acompañada me falta la valentía, entonces sueño.



(…) Por el momento estoy inventando tu presencia, como un día tampoco sabré aventurarme a morir sola, morir es el mayor riesgo, no sabré franquear el umbral de la muerte y dar el primer paso en la primera ausencia de mí; también en esa hora última y tan primera inventaré tu presencia desconocida y contigo comenzaré a morir hasta que pueda aprender sola a no existir, y entonces te liberaré. (La pasión según G.H.)


Haciéndote cargo del mundo, tu escritura no dejó de asombrarse: en la felicidad clandestina, sobre el corazón salvaje, por la imitación de la rosa. Palabras nuevas crean sentimientos nuevos, descubrí que era infinita la cantidad de pliegues en mi interior.

Sólo espero que mi compañía, como la de todos tus lectores, haya sido suficiente en el umbral.  Y ahora que tus palabras avanzan sobre mí, no me liberes, quiero seguir presente en el dulce cautiverio de tu mano.


Liliana Piñeiro


Clarice Lispector (Ucrania, 1925 – Brasil, 1977) es una de las novelistas más originales del siglo XX. Por la introspección y precisión del lenguaje que presiden toda su narrativa, se la ha comparado a James Joyce y Virginia Woolf.
Casada con un diplomático, vivió en diversos países de Europa y América. Empezó a escribir muy joven, y a los diecinueve años publicó su primera novela, Cerca del corazón salvaje. A esta obra siguió El brillo (1946),  La ciudad sitiada (1949) y La bella y la bestia (1979). Con Lazos de familia (1960) alcanzó un gran reconocimiento, y fue calificada como uno de los mayores exponentes de la literatura portuguesa.
Entre 1967 y 1973, acepta escribir crónicas para el Jornal do Brasil,  recopiladas luego como Revelación de un mundo.
Otras obras aparecidas posteriormente fueron La manzana en la oscuridad, La legión extranjera, La pasión según G. H., Felicidad clandestina, La imitación de la rosa, Agua viva, La hora de la estrella y su obra póstuma Un soplo de vida.
Sus novelas han sido traducidas a más de quince idiomas.